Tuesday, October 31, 2006

Dos textos de periodismo de Amado Nervo



Dos textos sobre periodismo

Amado Nervo

Una cuestión importante ¿Deben casarse los periodistas? *


Hojeando mi Correo de la Tarde del lunes último, encontré el siguiente párrafo al final de la segunda columna de la segunda plana:

"Ahora que todo se discute, la prensa inglesa está arguyendo sobre si los periodistas deben o no casarse. Uno de los escritores, en el Hospital de Londres, dice que el periodista casado no puede hablar con franqueza ni dar su sincera opinión al público, por temor de las consecuencias, que podrían dejar a su esposa e hijos sin pan que comer. Sería interesante oír la opinión de la prensa mexicana sobre esta materia".

A mí nadie me pide mi opinión; pero usando el derecho que tengo para hablar sobre lo que me parezca, voy a echar mi cuarto a espadas en el asunto.

No ha muchos días que hallé entre varios aforismos, relativos a la difícil profesión de periodista, el siguiente: "El periodista no debe tener amigos, para que el temor de desagradar a alguno no tuerza su energía; y lo trueque imparcial”.
En otra parte, no recuerdo dónde, leí asimismo: "El periodista no debe ser rico; no sea que el temor de perder su fortuna, le impida abogar por los fueros de la razón y de la justicia".

No para aquí la cosa; más tarde leí, tampoco recuerdo dónde, probablemente en algún periódico: "El periodista no debe tener apego a la libertad ni a la vida; pues sólo así obrará con entera independencia en su difícil misión".

En resumen: el periodista no debe tener amigos.

El periodista no debe tener mujer.

El periodista no debe tener hijos.

El periodista no debe tener dinero.

El periodista no debe tener cariño a la vida.

El periodista no debe tener apego a la libertad individual.

El periodista no debe tener... ni madre.

¡Caspitina! ¡San bomba! Pues vea usted que es envidiable la profesión.
Y no crean ustedes que yo juzgo falsas las máximas expresadas; nada de eso, pero pregunto: el periodista que las observa ¿qué recompensa recibe?

La satisfacción de su propia conciencia; responderán por ahí.

Ay, de poco sirve esta satisfacción cuando se tiene hambre y frío, y soledad y abandono, y se carece de libertad, y es uno en fin el chivo expiatorio de todos los crímenes que no ha cometido.

La última expresión es algo chusca, algo ruda pero exacta. Los periodistas son "eso" y nada más: sigan leyendo y lo verán.

Si un gobierno tiraniza y se le ataca por la prensa, ¿de quién es el delito, de la prensa o del que tiraniza?

Del segundo. Oh, right, como diría mi amigo Sam; ¿y quién paga el pato?
El periodista, puesto que lo meten a la cárcel.

Si se comete un delito y el delincuente es rico, y el periodista lo denuncia, el rico denuncia a su vez al periodista, y vuelve éste a pagar el pato.

Sí... pero no acabaría; el periodista es víctima si flagela y víctima si acaricia; porque aún una lisonja se toma con frecuencia en otro sentido, o simplemente no agrada, porque se desea otra, y el periodista queda mal.

Es, pues, el periodista una parodia del "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo".

Porque corrige, lo combaten.

Porque enseña, lo denigran.

Porque marca a los pueblos el sendero del progreso, la ingratitud humana marca su frente con el estigma del infortunio...

Y es preciso todavía que no tenga ni dinero, ni mujer, ni hijos... ni madre.

Pase que no tenga miedo... ¡Para eso es hombre!, pase que no tenga amigos: al fin y al cabo dicen que los amigos son como los melones: para encontrar uno bueno hay que calar ciento.

Pase que no tenga madre... política: puede muy bien admitirse esto.

Pero que no tenga mujer, cuando, como decía el ranchero: "Dios se la prescribe y el cuerpo se la pide"... es durillo.

Y que no tenga dinero... ¡Oh, esto es atroz!

Mi opinión es, pues, que tales máximas deben reformarse, o de ponerse en vigor, habrá que arrojar lejos de sí la péñola, y meterse a... sochantre.


Prosa ligera *

El que escribe artículos humorísticos para la edición literaria de un periódico, se asemeja mucho a un clown (creo que alguien ha hecho esta observación; si no es así, hágola yo, porque me parece muy exacta). Esa prosa gemebunda que un literato melenudo, de levita raída y camisa asaz maculada, escribía, mojando la pluma con lágrimas, ya pasó de moda. Al lector nada le importan los pesares secretos del articulista, paga porque se le proporcionen lecturas amenas; quiere paladear el relato fácil, la observación picante, el pensamiento ingenioso, envuelto en galana frase, y eso debe servírsele.

¿Que el articulista padece?, ¡pues qué! ¿Los escritores humorísticos tienen dolores?, ¡peregrina idea! Imaginaos a LuisTaboada o Vital Aza llorando... absurdo.
Bell no deja de salir a la arena del circo Orrin, sonriente siempre, porque le afecte alguna pena moral; ¡para qué serviría Bell, entonces!

Al gaitero de Gijón, según Campoamor, se le murió su madre, cosa que a cual quiera le sucede; pero debía tocar en una fiesta, y tocó. Cierto es que según el mismo Campoamor confiesa, mientras la boca estaba sopla que sopla, lloraban los ojos "del gaitero, del gaitero de Gijón".

Pero esto no interrumpía la música.

Llore en buena hora el articulista y manche las cuartillas, mas que la mancha no cubra de luto el pensamiento, que debe salir de su casa para presentarse al público, muy majo y halagüeño.

Alguna vez sucede que, mientras se escribe, llega El Correoa la mesa de redacción y os trae una esquela enlutada: vuestro hermano, vuestro amigo, vuestra madre, acaso, ha muerto; pero vive el público que leerá mañana el artículo humorístico, la crónica de actualidad, y para que los lea ¡claro está!, hay que escribirlos.

Descanse, pues, en paz la santa mujer que os llevó en su vientre, allá donde no hay periódicos... y a vuestro quehacer, vamos, empezad. Hay que hablar de un baile: ¡un baile, cuando se lleva en el alma un entierro!

¡Y qué!, yo he visto en algunas casas de vecindad de México, gentes que bailan en el principal, mientras que en el tercero, hay gentes que velan un cadáver...
Se trata de una boda, y ¿acaso vuestra novia os acaba de dar calabazas?, ¡pues digeridlas como podáis!, y al grano: "la novia —diréis— llevaba un traje de seda, cándido como el campo de la nieve"; vos en cambio, tenéis un humor más negro que la tinta, un humor de todos los diablos (las calabazas producen efectos desastrosos); pero esto a nadie le importa, "porque si sufro no hay quién me lo mande", como dijo Acuña.

Veamos ahora el reverso de la medalla: la sociedad está de luto porque pesa sobre sus miembros más conspicuos (léanse ricos) una inmensa desgracia: vos en cambio tenéis el alma alegre, alegre como unas pascuas, como unas castañuelas, como un aleluya: decís acaso como Bécquer:

Hoy el cielo y la tierra me sonríen,
hoy llega al fondo de mi alma el sol.

Cuidaos sin embargo, de que en lo que escribís se advierta el excelente estado de vuestro ánimo: no faltaría quien os dijese:

—Pero hombre, ¡no tienes educación! ¡Cómo, todos sufren!, ¿y tú te atreves a estar contento?

Y habrá que vestir las ideas que surgen del cerebro, luminosas y risueñas, con negro atavío y lamentar "la crueldad de la Parca que cortó prematuramente el hilo de una vida preciosa"; habrá que disfrazar esas ideas con máscara de tristeza. Fuerza es que lloren aun cuando para esto sea necesario (¡perdón por la frase!) untarles cebolla, y aun cuando al través del velo de lágrimas que las cubre, se advierta su sonrisa de felicidad, como se advierte en la faz llorosa de un niño a quien se devuelve el juguete perdido; como se advierte el dulce fulgurar del sol a través de la lluvia (porque suele llover con sol, y entonces pagan los drogueros).

Menguada tarea la del periodista en uno y en otro caso; pero nada extraordinaria si bien se mira, puesto que, periodistas o no, muchos nos vemos en la triste necesidad de hacer que nuestro rostro refleje lo que tenemos delante. Y reímos con los alegres y lloramos con los tristes.

Sólo al alma no llega esa tiranía; ella "es como el mar", han dicho todos los poetas; y nunca el mar estará alegre cuando el cielo se debata en convulsiones tempestuosas, y nunca estará triste cuando el cielo, en profunda calma, luzca su risueño azul. Así al alma, cuando su cielo se nubla, no le pidáis sonrisas; sonría el rostro en buena hora; ella protestará con terribles agitaciones; ella os martillará el cerebro con una idea y de cuando en cuando, asomándose a vuestras pupilas las iluminará con un relámpago o las empañará con una lágrima; relámpago que mal velarán los párpados, lágrima que correrá silenciosa por las mejillas como un reproche mudo a vuestro fingimiento e irá a amargar el vino que bebáis en el festín.
¡Pero dónde voy a parar! La verdad es que amanecí un poco triste, ahora que debía estar alegre, ¡como que se celebra en esta mi casa y la de ustedes un aniversario!, el noveno de la fundación de El Correo de la Tarde, nueve años de vida; ya veis que se trata de un acontecimiento para nosotros. Durante estos nueve años, ¡se ha luchado tanto, se ha sufrido tanto!

Cuando salió de nuestras prensas pequeñito y enteco ese Correo, hoy medianamente fortachón, la nodriza, el público, no le aseguraba larga vida. Era empresa "tonta". ¡Un diario en Mazatlán, donde nada sucede; donde nadie lee... vaya! Si el editor hubiera establecido una cervecería, en buena hora (don Jacobo Lang hizo negocio con un establecimiento de este género), pero en un diario, ¡ca!
El público gusta más de refrescarse con el lúpulo que de nutrirse con la idea...
Eso decía la nodriza y por fortuna no acertó.

Para sostener la publicación había constancia y ya se sabe lo que la constancia supone. Víctor Hugo lo ha dicho: toda la vida está encerrada en esta palabra: perseverando.

Tal palabra fue también el lema de El Correo y ya lo veis, vive aún para celebrar su noveno aniversario.

¿Verdad que hay motivo para estar contento? ¿Verdad que se debe brindar alegremente por la prosperidad de El Correo? Si cayese una lágrima tonta (como la empresa de El Correo según la nodriza) en el champagne... no le quitaría no obstante su buen sabor...

¡El champagne es tan dulce!

* Textos tomados del libro del autor Lunes de Mazatlán (crónicas:1892-1894). Edición de Gustavo Jiménez Aguirre. México, Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, Océano, 2006. 347 p. (Col. Obras, 1) Reproducidos con permiso de la editorial.

** Artículo en el que el también poeta hace referencia al periódico El Correo de la Tarde, publicado en Mazatlán a finales del siglo XIX.

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