Tuesday, November 21, 2006

Noberto Bobbio, por Giovanni Sartori



Norberto Bobbio *

Giovanni Sartori

De Norberto Bobbio lo sabemos casi todo. Lo sabemos por la Bibliografia degli scritti 1934-1993 (1995), por la Autobiografia (1997), por sus reflexiones en De Senectute (1996), un diálogo en el cual Maurizio Viroli provoca a Bobbio y saca iluminantes respuestas. Queda un Bobbio, digamos, colateral: el maitre à penser que promueve y sostiene la ciencia política en Italia. Es el Bobbio sobre el cual me compete rendir testimonio.

Bobbio provenía de la filosofía del derecho. Pero mientras en ese entonces la materia era encajonada por el grueso de sus estudiosos en la historia de la filosofía, o de todos modos en la filosofía, Bobbio fue kelseniano y abrazó el positivismo jurídico. La dicción no debe engañar. En aquel positivismo no existía nada de empírico. La de Kelsen fue la teoría “pura” del derecho que lo reducía, en última instancia, a forma pura. Por lo tanto, Bobbio no se acercó a la ciencia política por este camino. La conversión, por decirlo de alguna forma, viene en el ámbito del Centro de Estudios Metodológicos de Turín, fundado por Geymonat, en el cual Bobbio se empeñó mucho. Y el Centro lo interesó en el estudio del lenguaje y el método. “No importa —escribía— si entonces el método predilecto fuese el neopositivo o el neoempirismo”. Lo que importa, digo yo, es la sensibilización de Bobbio al conocimiento empírico.

En 1962 presenté en el Centro de Turín una larga ponencia sobre La metodologia della scienza politica; y fue en aquella ocasión que Bobbio y yo nos entendimos rápidamente. Y por pura casualidad —el Centro de Geymonat no tenía nada que ver— en 1959 mis primeras dispensas de mi primer curso de ciencia política en Florencia fueron sobre Questioni di metodo in scienza politica. Siempre por casualidad yo me había interesado —y todavía lo estoy— en semántica y en lenguaje, mientras que Bobbio publicaba ya en 1950 un largo ensayo intitulado Scienza del diritto e analisi del linguaggio. Por tal, nos encontramos rápidamente muy cercanos, bastante interesados en las mismas cosas.

Aparte del Centro de Estudios Metodológicos, el acercamiento de Bobbio a la ciencia política fue también dictado por dos ulteriores razones. La primera estaba dada por los filósofos “clásicos” que más le apasionaron, y después por los autores modernos que más leía: Cattaneo, Pareto, Weber y Croce. En lo concerniente a sus “clásicos”, Bobbio precisa que sus escritos sobre Hobbes, Locke, Kant y Hegel “no son propiamente escritos de historia del pensamiento político, porque su fin último es la definición y la sistematización de los conceptos que servirán para la elaboración de una teoría general de la política”. Precisamente, de una teoría general de la política. Sin la cual, me parece —y siempre lo he sostenido—, la ciencia política en el estricto sentido de una disciplina de investigación, corre el riesgo de dar vueltas en el vacío.

La otra razón era su fortísima pasión civil. De sí mismo Bobbio escribe que “si volteo la mirada al pasado (...) no tengo dudas sobre cuáles hayan sido mis principales actividades: la enseñanza universitaria”. Sí, es verdad. Pero Bobbio estuvo activo en el Partito d’Azione, proviene de la cultura gobettiana, y se declaró siempre de izquierda. Por lo tanto, siempre ha sido un pensador “empeñado”; empeñado pero no “enojado”, no faccioso. Para Bobbio, el intelectual no debe ser indiferente, sino que debe permanecer independiente. En 1968, en el curso de la tormenta estudiantil que observó al hijo contestar al padre (y esto fue un verdadero drama para Bobbio) confirmaba que “cultura es equilibrio intelectual, reflexión crítica (...) aborrecimiento de cualquier simplificación, de cualquier parcialidad”.
Politica e cultura de 1955 es definido por Bobbio “un debate de actualidad política”. Aquí, nuestro querido amigo exagera verdaderamente al disminuirse. Aquel libro, aquella espléndida colección de ensayos, es una de las obras que más me influyeron. Es un texto que nos enseña (espero) que el hombre de cultura debe evitar dos extremos: por un lado, el extremo de la cultura politizada que obedece a las directivas de los políticos, y por el otro lado, el extremo de la cultura que se encierra en una torre de marfil.

El caso es contado por él así: “En 1972 fui nombrado, en la recién nacida Facultad de Ciencias Políticas, titular de la cátedra de Filosofía Política (...). La invitación para transferirme a Ciencias Políticas se debía también al hecho de que yo tenía, desde 1962, el encargo de ciencia política (...) La fortuna de la ciencia política en nuestro país (Bobbio se refiere a Gaetano Mosca) se había escondido bajo el fascismo. Creo que las dos primeras cátedras fueron la mía en Turín y la de Giovanni Sartori, más joven que yo, en la Universidad de Florencia, primer titular de la disciplina después de un concurso”.

Hablaré dentro de poco de la importancia, para la historia de nuestra disciplina, del encargo de Bobbio. Antes quisiera continuar citando: “Mis cursos tenían por objeto el argumento príncipe de la ciencia política: los partidos”. Por casualidad, Bobbio debutaba, en sus clases de ciencia política, con el tema de los partidos políticos. Siguiendo la casualidad, mi segundo curso de ciencia política en Florencia se intitulaba Partiti e sistemi di partito (1965). Esta coincidencia es solamente fortuita. Pero véase acaso (y esta vez no era completamente una casualidad) que entre ambos nos hemos ocupado mucho, siempre, de democracia. Cuando lo iba a encontrar hablábamos poquísimo de política común, pero mucho de teoría de la democracia. Muchos comentadores han exagerado las diferencias, los puntos de disenso, entre nuestros respectivos textos. En nuestros coloquios estos disensos jamás surgieron. En tanto, ha sido Bobbio quien larga y atentamente me ha reseñado, y mejor que ningún otro. Y ciertamente podría ser mía, palabra por palabra, la definición “mínima” de democracia de Bobbio: la democracia es un “conjunto de reglas (primarias y fundamentales) que establecen quién está autorizado a tomar las decisiones colectivas y con cuáles procedimientos”. Aquí, las preguntas son: ¿quién decide? y ¿cómo se decide? Pero no basta. Porque para poder hablar de democracia es necesaria una tercera condición: el Estado de derecho. “De lo que resulta que el Estado liberal es el presupuesto no solamente histórico sino jurídico del Estado democrático”. Como se ve, nuestras vidas de estudiosos han estado particularmente entrelazadas. Haber perdido a Bobbio me deja la sensación de haber perdido una parte de mí mismo.

Retomando el argumento, el hecho de que el mismo Bobbio hubiese elegido enseñar ciencia política le cortaba la cabeza al toro. Desde el momento en que entré en campaña —y fue una campaña larga y extenuante— para obtener del Consejo Superior de la Instrucción (en ese entonces el procedimiento era este) una modificación del estatuto que introdujese en Italia la ciencia política como materia de enseñanza, durante quince años escuché re-mezclada la objeción de que la política no es ciencia sino arte, y por lo tanto, que una disciplina de la ciencia de la política no podía existir. Fue inútil desgañitarse respondiendo que también el arte es (por definición) arte, lo que no impedía que fuese enseñada; y además, observaba que la política (ciencia) es una cosa distinta que hacerla (arte). Al final gané la batalla. Es así que en 1957 pasé al encargo, en Florencia, de ciencia política (la Facultad fue tomada a contra pie: jamás pensaron que yo “desfondase” al Consejo Superior), y que en 1966 obtuviera, por traslado, la cátedra. Había invertido 16 años; y si no hubiese sido por el hecho de que la materia estaba legitimada (desde cuatro años antes) por la enseñanza en Turín de Bobbio, quién sabe si lo hubiera podido lograr.

Debe quedar claro que el Bobbio que enseña ciencia política se amarra sin solución de continuidad con el Bobbio profesor de filosofía de la política (que es la cátedra a la que pasa en 1972). Sin embargo, se puede distinguir entre el Bobbio que lleva a la teoría filosófica, y el Bobbio que lleva a la teoría empírica de la política. De este último quisiera recordar Il problema del potere: introduzione al corso di scienza della politica (1966), y sobre todo I saggi sulla scienza politica in Italia (1969) en los cuales el autor se detiene particularmente en Pareto y en Mosca. Pero la primera lectura que recomendaría a nuestros estudiantes es la antología de sus escritos editada por Pietro Polito: Elementi di politica (1998), un texto que despliega sobre una bastísima temática la extraordinaria capacidad analítica de Bobbio, la perfección de su construcción argumentativa, el brillo y la claridad de su prosa. Y véase, contextualmente, en el Dizionario di Politica dirigido por él y por Nicola Matteucci (1976) las 8 voces redactadas por Bobbio, comenzando por la voz de ciencia política. Agréguese “Dei possibili rapporti tra filosofia politica e scienza politica”, en AA.VV., Tradizione e novità della politica (1971); “Gli studi sociali e politici nell’universitá italiana”, Il politico (1973); “La scienza politica in Italia: da Mosca a Sartori”, en Mondoperaio (1985); y “Scienza politica e la tradizione degli studi politici in Italia”, en AA. VV., La scienza politica in Italia, editado por Luigi Graciano (1986).

Sobre la otra dirección, entre los escritos que Bobbio mismo considera de Filosofía política, existen al menos dos que el politólogo “teorético”, digamos, debe leer: Da Hobbes a Marx (1965); e Il marxismo e lo Stato (1976). Me detengo aquí porque, decía al inicio, todos los escritos de Bobbio (hasta 1993) están borrosamente enumerados en la Bibliografia. Pero para no perder el hilo y orientarse en las 442 páginas de títulos, es necesaria alguna guía. Y aquí he intentado proveer una primera, un primer trazo de lecturas sobre el Bobbio que nos ha ayudado a nacer y que quisiera que nos continúe ayudando a crecer. Por lo demás, Bobbio merece el reconocimiento de toda nuestra cultura. Bobbio ha sido para todos los estudiosos —no importa de qué cosa— un modelo de cómo se debe escribir, enseñar, y también participar en la vida pública. En ocasión de su cumpleaños número noventa, el 18 de octubre de 1999, dije lo siguiente: “el rigor y la lucidez de su escribir son cartesianos (...). Todos sus textos siempre están exactamente preparados, razonados, documentados (...). Las bibliografías de Bobbio están siempre en orden”. En 1999, Bobbio aún me podía leer, y por tal lo elogiaba en voz baja, como gustaba y se adecuaba al elogiado. Pero ahora que no me puede decir más “¡has exagerado!”, ahora lo digo: Bobbio ha sido y permanece como el más grande de todos nosotros.

* Texto tomado de la revista Metapolítica, Núm. 50, noviembre-diciembre de 2006. Reproducido con permiso de los editores.

1 Comments:

At 10:19 AM, Blogger imriabboud said...

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