Friday, December 08, 2006

El efecto Bukowski, por Rogelio Villarreal




El efecto Bukowski: la senda de los perdedores*

Rogelio Villarreal**


He llevado una vida extraña y confusa, de total y espantosa servidumbre, en su mayor parte. Pero creo que la diferencia estaba en la manera en que me abría paso entre la mierda.
Charles Bukowski

I. Charles Bukowski arribó al universo de las letras hispánicas en 1978, cuando Jorge Herralde, entusiasmado, lanzó al unísono tres volúmenes de este escritor en la colección Contraseñas de la editorial Anagrama: Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones, La máquina de follar y Escritos de un viejo indecente. Ya encarrerado, en 1979 publicaría Se busca una mujer, en 1980 Factotum y en 1981 Mujeres, venturosamente seguidos en 1983 por Cartero y la entrevista Lo que más me gusta es rascarme los sobacos (el mismo año y en la misma colección en que se publicaron Las cartas de ese otro gran insolente, Groucho Marx). De 1985 a 1993 vendría una andanada de libros del poeta alcohólico de Los Ángeles y, además, su biografía Hank, escrita por Neeli Cherkovski. Sin embargo, aún hay un puñado de textos de Bukowski inéditos en español —sobre todo de poemas—, aunque no pasa un día sin que las pocas librerías del país llamen a los distribuidores por más reediciones.

Nunca se sabrá quién fue el primer mexicano en leer las madrileñas traducciones de Anagrama —¿cuándo lo leyeron Parménides, José Agustín o Gustavo Sáinz?—, pero lo cierto es que a mediados de los años ochenta ya había fieles seguidores de su vida y su obra —pocas veces éstas se encuentran tan indisolublemente entreveradas en un escritor. Gonzalo Martré había publicado en los años setenta las desenfrenadas y escatológicas Jet set, Safari en la Zona Rosa y Coprofernalia, pero no puede hablarse aquí de influencias bukowskianas sino de gratas afinidades y coincidencias. En cambio, el xalapeño Fernando Nachón reconocería abiertamente esa raigambre en De a perrito (1989), su vertiginosa novela en la que el alcohol, el sexo, los celos, el humor, la noche, la velocidad, la reflexión y una sana dosis de amoralidad y antiautoritarismo desbordaban cada página de esa obra memorable terminada en 28 días: homenaje fugaz a la desolación y el desarraigo. Había también estudiantes universitarios que empezaban a leerlo y que pocos años más tarde publicarían relatos y novelas en las cuales se adivinaría la huella del ex cartero angelino, como Eusebio Ruvalcaba (Clint Eastwood, hazme el amor), Enrique Blanc (Cicatrices del bolero, No todos los ángeles caen del cielo), Mauricio Bares (Coito circuito, Streamline 98, Sobredosis), J.M. Servín (Periodismo Charter, Cuartos para gente sola) y Rubén Bonet (sin título, sin nada). En La Regla Rota y La Pus moderna, las revistas que dirigí entre 1984 y 1996, publiqué a éstos y a otros incipientes autores que hacían suyas la ética y la estética de un escritor que a su vez admiraba profundamente al maldito Céline y al entonces desconocido Fante y que abominaba, justamente, a Shakespeare y a Shaw. La transformación de la derrota en victoria, la convicción de que se podía escribir con irreverencia y libertad, al margen de los exclusivos cánones de la tradición y centrándose en las experiencias propias —el rechazo, el deseo, la frustración, el desempleo, la supervivencia—, han sido un extraordinario estímulo para decenas de aspirantes a escritores desde entonces hasta nuestros días. (Abundan, desde luego, quienes han convertido a Bukowski en un santón y no han hecho más que copias lamentables de su escritura implacable.) Las revistas Moho y Generación han acogido en sus páginas a decenas de autores diversos pero cuyas líneas genealógicas conducen invariablemente al viejo Bukowski: Jorge Luis Berdeja, Alejandra Maldonado, Juan Mendoza, Ari Volovich, Rocío Boliver y Alfonso Morcillo (“En 1988 tomé un taller de cuento que no vale la pena mencionar. Algunos me dijeron que eran totalmente bukowskianos. Yo ignoraba todo de Hank. Ese mismo día fui a una librería y me compré La máquina de follar. Dejé de escribir. No tenía sentido hacerlo”). Además, en internet hay decenas de blogs de autores que se editan a sí mismos y de los cuales muchos reflejan una visión de la vida moldeada por las enseñanzas del buen Buk. (Extrañamente, uno de ellos es mujer y publica de manera anónima sus ácidas y voluptuosas reflexiones en www.srtamasturbacion.blogspot.com)

II. En el 2004 Herralde hizo una jugada similar a la que había hecho dieciséis años antes y publicó dos volúmenes al hilo del escritor mexicano Guillermo Fadanelli: Compraré un rifle y La otra cara de Rock Hudson. Fadanelli, el más acabado y conocido escritor surgido del underground local, leyó a Bukowski también a finales de los años ochenta, cuya obra encontró hojeando volúmenes en los estantes de las librerías. Después de ver El amor es un perro infernal (Dominique Deruddere, 1987), dice, compró casi todos sus libros, incluyendo las ediciones de City Lights y Black Sparrow Press.

“Escribí cientos de relatos a la manera Bukowski, publiqué algunos en Moho, después los guardé en un cajón para siempre”, confiesa Fadanelli. “Bukowski no es imitable pues detrás de su escritura hay una vida singular. Todos hemos leído a Bukowski, pero no existe ningún escritor mexicano, desde mi punto de vista, cuya obra tenga semejanzas con la suya. Quizás algunos jóvenes, pero se les quitará esa influencia cuando encuentren su propia voz.” Acaso tiene razón. El “estilo Bukowski” es inimitable pero los aprendices tratan de escribir bajo el influjo de su prosa corrosiva, al lado de otras influencias igualmente poderosas: Capote, el mismo Fante, Hunter Thompson... En todo caso, la lectura inteligente y reflexiva de la obra bukowskiana será siempre recomendable y benigna.

La sordidez, la violencia y la obscenidad de sus personajes, pero también su crudeza y su humanidad, hacen de los libros de Bukowski un cuerpo sólido y contundente que desmiente a cada hoja la seductora hipocresía del sueño americano —esa enorme fábrica de derrotados. El viejo Buk padeció con elegancia, durante años, humillaciones en talleres y oficinas, fue desdeñado por una crítica torpe y engolada y bebió lúcidamente cientos de litros de alcohol sin amilanarse por los estragos de la cruda. Y nunca dejó de escribir ni de ser auténticamente procaz y sincero. Sus casi cuarenta volúmenes son producto de la madurez, de la inteligencia y de la soledad, de una pasión a prueba de los más duros golpes. Quizá por eso nadie pueda jamás volver a escribir como él.

* Fragmento del libro del autor El periodismo cultural en la época de la globalifobia. México, Ediciones Sin Nombre, CONACULTA, 2006. Reproducido con permiso del autor.

** Editor de la revista Replicante. Nunca está de más recordar que dirigió, entre los años ochenta y noventa, las revistas La Regla Rota y Pus Moderna.

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